La productividad en el ambiente laboral es un tema recurrente en la sociedad post-industrial, cuando es imperioso que los individuos frente a pantallas pulsen la tecla correcta con escaso margen de error.
En la segunda edición impresa de revista El Fracaso publicamos un manual para el robo hormiga, que fue ampliamente cuestionado desde el punto de vista ético y legal (especialmente por la entidad educativa que nos financiaba). En consecuencia, consideramos necesario publicar otra guía de acción igualmente cuestionable para los efectos de la paz y estabilidad social.
Se trata de un manual de “sacadas de vuelta”, de cómo “capear pega” de forma (in)eficiente. Su objetivo es la disminución de la productividad laboral individual, pero que indirectamente podría afectar el desempeño colectivo de una oficina (la pereza se contagia como el resfrío).
Este documento no puede aplicarse cuando tu sueldo depende de comisiones por ventas o cuando trabajas en el mismo cuarto que tu superior directo, a menos que este funcionario también se encuentre involucrado en esta revolución silenciosa e inútil.
1. Hacer listas
Uno de las formas más antiguas de evitar hacer cosas es enumerarlas y escribirlas en un papel, un tiempo desgastado que bien podría utilizarse para, justamente, hacer la tarea pendiente.
Un caso paradigmático lo constituyen las llamadas telefónicas. En vez de agarrar el teléfono y discar, mejor anotarlo en la agenda: “Llamar a la imprenta” y a medida que pasan los días agregar un círculo alrededor de la frase, luego subrayarla, engrosar las letras, anotarla en un día más reciente cuando la semana ha pasado y la página de la agenda se tuvo que dar vuelta.
Las listas existen para no cumplirlas. El mero hecho de mirarlas da cansancio, te desanima, y a lo mejor que se puede optar es a cumplir un 40 por ciento de lo apuntado. Las listas son personales, mezclan asuntos prioritarios con otros más triviales (“comprarle 5 lucas al Chueco”), y casi siempre en un papel que una vez arrancado de la libreta o el cuaderno se termina perdiendo. Y sin la lista, bueno, no queda nada más que hacer.
2. Cafecito
No es un “café”, es un “cafecito”, porque así tiene un aire de ternura, como de compasión, en realidad ningún empleador le negará un cafecito a nadie, porque así se levanta el ánimo, le quita el sueño y le pone “a trabajar duro”.
Nada más lejos de la realidad. En primer lugar, el cafecito se prepara en la cocina, o en otro lugar especial de la oficina, lo cual permite al beneficiario levantarse y alejarse de su cubículo. En general, no hay cafecito preparado. Hay que hacer hervir el agua o prender la cafetera. Hay que esperar a que eso termine. Luego servirlo, echar unas tazas de azúcar (¿Dónde está el azúcar?) u otro endulzante (¿Quién se llevó el Stevia?), probarlo, encontrar la consistencia justa, y de ahí esperar a que se enfríe un poco.
3. Noticias locales
Siempre hay alguien más esperando cafecito, y se aprovecha para realizar una conversación. La sociabilidad es buena para la salud mental de los trabajadores, quienes en la interacción comentan los sucesos más relevantes del acontecer nacional, como el clima, para luego hablar del nuevo papel higiénico barato que han puesto en los baños y finalmente terminar discutiendo sobre la señora del jefe que es buena para el trago.
4. Cigarrillo
Ahora que no se puede fumar en lugares cerrados, se trata de la excusa perfecta para profundizar lo comentado en el punto 3, con mayor intimidad en caso de que se esté hablando de un colega.
El cigarrillo puede venir en cualquier momento, en la más diminuta pausa del ajetreo, como por ejemplo “voy a fumarme uno mientras espero el email de vuelta”, o también “voy a pensar en el título allá afuera”. Cuando son muchos, el jefe alega, pero en general entiende que en el caso de ciertos individuos, se trata de una adicción, de una enfermedad, de algo que hay que soportar porque está en la naturaleza de esa persona.
5. Baño
Cuando se combina el punto 2 con el punto 4, resulta en el punto 5. La concurrencia al baño es siempre solitaria, para que nadie te joda. Debido a que es un baño que ocupan muchas personas, involucra todo un proceso preparativo, de colocar papeles encima de la taza, cosa que ninguna parte de tu culo toque la helada loza.
Este punto puede ser acompañado de un periódico para mejorar las conversaciones del punto 3, porque la digestión se hace lenta en estos casos al menos que los nervios se calmen y los músculos se relajen. Nadie te va a ir a joder al baño, a decirte que te están llamando o a pedirte un informe. Nadie se quiere tragar tu aroma fétido. Es tu espacio de intimidad y te puedes tomar todo el tiempo necesario, lavándote bien las manos con jabón, enjuagando, secando con papel con mucha calma entremedio de los dedos, luego arreglando el cabello antes de volver.
6. Actualización
Cuando se prende un ordenador, las primeras páginas en abrirse en el navegador son de redes sociales y el correo electrónico. En el fondo se trata de ponerse al día. Ver quién te ha escrito, qué se le puede contestar, porque “puede ser algo de trabajo”, algo relacionado con lo que se está haciendo en el laburo.
Nunca es así. Al final uno termina comentando las huevadas de tus amigos, viendo qué fiestas hay el fin de semana, saludando en el cumpleaños a ese huevón que no has visto en meses y colocando en tu timeline el video de un tema que te gusta con la frase “Un temita para la pega”, como si de verdad estuvieses haciendo algo de trabajo.
7. Almuerzo
El “lunch break” en el mundo cosmopolita dura aproximadamente 35 minutos. En Chile, hasta 1 hora y media. Incluso más si varios miembros de la oficina están aplicando este manual conspirativo y acuerdan ir a almorzar a un restaurant cercano, para “distenderse”, para “hablar algunas cosas de pega”, para integrar “camaradería a los negocios”. Si en este almuerzo afuera de las locaciones de trabajo se le agrega una dosis de alcohol (una copita de vino es permitida), ya no quedan ganas de hacer algo a la vuelta, a lo sumo enviar un correo electrónico y unas dos llamadas por si acaso.
La hora de almuerzo es relativa. Si es a las doce, uno comienza a pensar en ella tipo 11:15. Esto hace que se adelante en general, mediante unas galletitas, sacar una ensaladita en tu cubículo, o simplemente aplazando algunas cosas, como escribir un memo o ponerse a leer un informe, porque es mejor “hacer las cosas de corrido” y ya viene el almuerzo que lo va a interrumpir todo. Mejor después de la comida.
En aquellos trabajos donde el almuerzo se realiza en casinos extensos con muchos otros miembros de la empresa, el almuerzo resulta la ocasión perfecta para realizar el punto 3 y observar a l@s colegas que te gustaría follar cuando se acercan y alejan de sus mesas.
Después del almuerzo, puede venir un punto 4 y luego un punto 5. A la vuelta del baño, y cuando se está “echando la burra”, se puede aplicar el punto 2.
8. “Brainstorming”
La “tormenta de ideas” nunca ha funcionado, siempre hay un compadre que le pone empeño pero se le ocurren puras estupideces mientras el resto se queda mirando los lápices, computadores y cuadros colgados en la sala de conferencias y nunca dice nada. Ese jefe joven y con ganas de “hacer cosas distintas” termina entendiendo que lo mejor es no preguntar por ideas en el vulgo y simplemente dictar los procedimientos.
9. Dejar todo pendiente
Ya pasaditas las tres de la tarde, uno comienza a pensar en la vuelta a la casa, en las compras que hay que hacer en el supermercado, en qué cresta vamos a cocinar para la cena, en la junta de la noche, y en realidad como que el trabajo estorba un poco entonces (especialmente los viernes), mejor déjenme llevarme esto para la casa, lo veo allá, con más calma, no es bueno hacer las cosas apresuradamente.
Dejar las cosas a la mitad es un acto de amor hacia las actividades, uno no desea que se acaben los proyectos, hasta le da como pena que se termine así nada más, sin un champañazo entre medio. Concluir algo, además, es comenzar otra cosa, y a nadie le gustan los comienzos, porque es cuando más trabajo queda por hacer.
Vía El Fracaso