Confesiones laborales: #23856 Junta en el supermercado

Estaba piola en casa, tomándome un chela y escribiendo un nuevo relato para la página, cuando me llega una llamada de un número desconocido. Ni sé por qué acepté la llamada, yo soy súper desconfiado, pienso que en cualquier momento me van a llamar para que pague el CAE, y no estoy ni ahí.

— Aló.
— ¡Hola guachito! ¿Cómo estai?
— Bien, ¿con quién hablo? —la voz no me sonaba para nada.
— Soy yo, la Fabiola. Del Liceo, ¿te acordai, o no?
— ¡Oh, Fabiola! Si poh, obvio que si. Tanto tiempo, ¿cómo te ha ido?

La Fabiola iba al mismo liceo que yo y éramos muy amigos en ese tiempo, y a mi me gustó desde el primer día que la vi. Aunque debo decir que jamás me pescó, a ella le gustaban los hueones ‘hermosos’, y yo no calificaba dentro de esa categoría. Me conformé con admirar su belleza y ser su amigo solamente, cosa que duró hasta que salí de cuarto medio, por eso me sorprendió que me llamara.

— ¡Súper! Que rico hablar contigo, hace días que tenía ganas de llamarte —me dijo.
— ¿En serio?
— Si poh, el otro día te estuve sapiando el Insta y debo decir que estai harto mino. Y después de pensarlo un rato, dije: ya, lo voy a llamar no más, total no pierdo nada.
— Hiciste muy bien —me puse coqueto porque, a pesar de la extrema exageración, que me dijera ‘mino’ me elevó el ego a las nubes.
— ¿Ah sí? Mira tú…
— ¿Y tu pololo? —le pregunté sin saber, para asegurarme.
— No estoy pololeando, estoy soltera hace rato. ¿Y tú?
— No, yo estoy más solo que un dedo —oh, el dicho culiao malo, los dedos nunca están solos. Que ahueonao. Ella se rió.
— Mira tú… los dos solteros…
— Si poh…
— Podríamos salir un día, no sé, juntarnos a tomar unas heladitas, conversar un rato, echar la talla y… ahí vemos.
— ¿Esta semana te tinca? —oh, el hueón desesperado.
— ¡Ya poh! Mañana mismo, ¿puedes?
— Si.
— Bacán, ¿afuera del Tottus?
— Dale.

La conversación no duró mucho más, pero se sintió genial la química y quedé más contento que perro con dos colas, la chica que me gustaba en el Liceo por fin me pescaba, ¿se habrá dado cuenta de lo que se perdió?

Al día siguiente, bien bañadito, perfumado y con mi mejor pinta partí al Tottus para reunirme con ella a la hora señalada. Le mandé WhatsApp avisando que llegaría cinco minutos antes y que la esperaría, ella respondió que se había atrasado un poquito, que llegaría tarde quince minutos. No importa, le dije. Pasaron los minutos y me llama.

— ¿Donde estai? Yo acabo de llegar al Tottus, estoy parada en la entrada —me dice.
— Yo igual estoy en la entrada, no te veo.
— ¡Ah, qué pesao! Si estoy acá y hay dos señoras.
— ¿En serio?, yo acá estoy solo —pensé lo peor, que me estaba hueviando y me iba a plantar. — ¿Era en el Tottus de Rancagua, cierto?
— ¿Qué? ¿De dónde? ¡No, en el Tottus de Coquimbo!
— ¡Chucha!
— ¡Pero, Lucho! ¿Es broma?
— ¿Lucho? —quedé loco.
— …
— ¿Aló? Fabiola, ¿me escuchai?
— Si. ¿No eres Luis?
— No.

Me cortó. La volví a llamar, nunca contestó. Conclusión: marcó mal el número, yo no era quien ella esperaba, y ella no era la Fabiola de la que me enamoré en la media. Siempre lo mismo, ¿por qué cresta nunca puedo tener una cita normal?

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