Confesiones Laborales: Cortando Madera
Trabajo en un aserradero viejo en las afueras de Cañete, en pleno bosque. El lugar existe desde hace más de 50 años, y muchos dicen que antes ahí había una barraca familiar que se quemó, pero nunca pregunté mucho.
Hace algunos meses me tocó cubrir un turno nocturno para cuidar la máquina dimensionadora. Era pleno invierno: lluvia constante, viento que movía las planchas de zinc todo bien silencioso, solo se escuchaban las gotas de alguna filtración y el crujir de la madera al enfriarse.
Como a las dos de la mañana, mientras anotaba en la bitácora, escuché pasos pesados y arrastrados, como botas cruzando la zona de acopio. Pensé que era el otro guardia, pero al asomarme no había nadie. Solo vi que una de las sierras estaba girando lentamente, aunque nadie la había encendido.
Volví a mi puesto y tratde de no pescar mucho… Pero al rato, escuché que alguien golpeaba las tablas amontonadas, como si las acomodara. Me dije… esta wea no puede ser… y fui a ver, caminé hasta el fondo, y ahí lo vi: un caballero mayor, con delantal de cuero y cara llena de aserrín. No hablaba; solo sonreía mientras pasaba la mano por las tablas. Pensé que era un viejo trabajador que quizás vivía cerca… pero cuando di la vuelta para encender la luz, ya no estaba. Lo único que encontré fue un rastro húmedo de huellas que terminaban en seco, a medio metro de la puerta.
Al día siguiente le conté a don Ernesto, que lleva desde joven en el aserradero. Me miró serio y me dijo: ‘Ah, viste al Tata Hilario… el que murió cortando madera pa’ el terremoto del 60. Dice la gente que todavía revisa si las tablas están derechitas’.
No sé si me estaba jodiendo o hablaba en serio, pero desde ahi, cuando paso de madrugada por el sector de acopio, siempre saludo por si acaso. Y a veces… les juro que escucho un golpecito de respuesta en las tablas.
